lunes, 11 de febrero de 2013

Ser maestro hoy



Lo valioso de ser enseñado
Lic. Jorge Fasce
Profesor en Ciencias de la Educación 


En la nota de hoy, intentaré describir las características éticamente valiosas que deben tener los contenidos a enseñar y qué es lo valioso de ser enseñado.

Abstract 1.1

“Enseñar bien” desde un correcto punto de vista técnico, fundado en sólidas bases científicas es necesario e indispensable pero no suficiente para obtener resultados significativos para los alumnos en lo personal y para el bienestar social en general.

La tarea de enseñar, el proceso de aprender y los contenidos a trabajar deben estar “guiados por los valores de vida, libertad, bien, verdad, paz, solidaridad, tolerancia, igualdad y justicia” (artículo VI de la Ley Federal de Educación, en los C.B.C. para la E.G.B.; Cap. Formación ética y ciudadana; pag. 331; M. de C. y E.  de la Nación; segunda edición, 1995).

Tampoco basta con “estar guiados” por esos valores, todo el trabajo de la escuela y todas las actitudes del personal deben buscar orientar a los alumnos hacia ellos y más aún: todas las conductas docentes deben responder a ellos, deben ser hechos “con y en ellos” (con y en dichos valores).

Cuando uno se “mete” con estos temas corre el riesgo de caer fácilmente en el discurso del  “deber ser” alejado de la realidad y de la cotidianeidad y empieza a sentir que uno mismo y los lectores estamos fatigados de discursos filosóficos ineficaces para entender y resolver las acuciantes demandas de cada día. Pero esto es casi inevitable, ya que entramos en el campo de los fines y de la ética, sin embargo: valores, ética y fines – su presencia o su ausencia- atraviesan cada momento de nuestra labor en la escuela y por lo  tanto, los vamos a encontrar en cada lugar, en cada instante y en cada acto de enseñanza apenas los busquemos un poquito y cada lugar, cada instante y cada acto deben ser pensados y vivenciados con ellos si queremos que nuestro trabajo tenga sentido para  nuestros alumnos, su comunidad y nuestra sociedad.

En la primera nota de esta serie, dije que la escuela argentina y sus docentes ejercitan a diario valores como la solidaridad,  la honestidad, el estudio, el esfuerzo, el trabajo, el compromiso y la participación. Y lo destaqué como patrimonio de nuestras instituciones, de su trabajo y de su historia, que deben ser conservados. Este ejercicio cotidiano y constante de lo “valioso” es un material de enseñanza que conforma un clima que los alumnos van aprendiendo porque lo viven. La escuela no está sola en esta tarea: las familias, los buenos medios de comunicación, los clubes, las sociedades barriales, las iglesias hacen lo suyo en esta dirección.

Pero también advertí que la escuela suele tener, en su propio interior, islotes, vetas, vestigios de paternalismo, autoritarismo, individualismo, egoísmo, competencia impiadosa, formalismos vacuos, trabajos no significativos, esfuerzos infecundos y rutinas empobrecedoras que deben ser encontrados, reconocidos, problematizados allí donde se encuentren y transformados en posibilidades de enseñanzas y aprendizajes valiosos. También las dificultades que se dan en la vida familiar, la circulación de contra-valores en los medios de comunicación, las desigualdades en el desarrollo económico, las transformaciones no siempre beneficiosas del medio natural configuran una sociedad cambiante, compleja, difícil de ser vivida, muchas veces contradictoria y otras más contrapuesta a la labor valiosa, valorativa y valorizante de la escuela.

La relación de la escuela con una sociedad con tendencia a  ser cada vez más fragmentada, más desigual, más individualista, más impiadosamente competitiva, más materialista, más consumista, más agresiva, más violenta, más destructiva, más de vivir el presente despiadado del instante (desconsiderando al pasado y al futuro) es una relación dramáticamente difícil que puede adoptar (de hecho adopta) algunas formas sanas y otras no convenientes: la escuela puede someterse ante la realidad y declararse impotente, paralizada y recluirse en un accionar vano de rutinas y formalismos. Puede sobrevalorarse, sentirse omnipotente, caer en una visión egocéntrica de sí misma, negando la influencia del entorno y terminando en un accionar ineficaz como todo aquel basado en la ceguera autorreferente de la omnipotencia. Puede dilatar los contactos temerosa de un encuentro que es difícil, complejo, conflictivo y peligroso pero que podría ser apasionante, enriquecedor, valioso para ella y para el entorno y empobrecerse en la prolongada evitación del riesgo vivificante (que da vida) de la relación o puede arriesgarse (correr el riesgo, sí) de encararla (pensar con las familias las formas de educación de sus hijos, analizar críticamente en las clases las propuestas y los mensajes de los medios masivos de comunicación, reflexionar con los jóvenes sobre las normas de convivencia de los grupos en los que participan, juntarse con las varias instituciones de la comunidad para idear proyectos conjuntos) y problematizarla, intentando modificarse y modificarla. Asumiendo una tarea muy difícil, pero la única que puede enriquecerla  y hacer apasionarse a las personas que enseñan, aprenden, trabajan y viven en su seno.

En el párrafo anterior he hablado de las potencialidades y posibilidades actuales y reales de la escuela para enseñar lo valioso y de la colaboración que puede hallar en diversos sectores de la comunidad, también sobre sus propias dificultades y obstáculos así como de los que le puede presentar la realidad circundante. Es en el reconocimiento, la reflexión y el trabajo  con esas capacidades y esos inconvenientes donde se halla el camino hacia una enseñanza significativa  y valiosa.

Sólo reflexionando, actuando, cuestionando, cuestionándose, haciendo, corriendo riesgos, sintiéndose (y siendo) POTENTE (no impotente ni omnipotente) es como cada escuela puede ser valiosa, puede acrecentar su autoestima y puede “sentirse bien”. Pero esto  mismo le pasa a cada docente: sólo sintiéndose auténticamente protagonista puede superar las enormes dificultades de su tarea, la falta de reconocimiento, la crítica muchas veces infundada e injusta. Sólo siendo actor puede llegar a empezar a “bancarse” el riesgo del cambio y el placer de la tarea gratificante. Para los alumnos también es la única manera de motivarse. Hace unos meses, me decía un sagaz profesor de historia: “hay una sola manera de interesar auténticamente a los alumnos en el aprendizaje de historia dentro de una cultura que ha decretado el reinado absoluto del puro presente (una cultura que no considera el pasado ni el futuro) y es empezar por plantearles este problema a ellos, que éste sea el contenido primero, primigenio y privilegiado de la enseñanza, hacerlos protagonistas del problema, hacerles sentir que pueden pensar sobre ello, que son capaces de que ESE sea SU problema”. En síntesis: que sean activos sujetos de su aprendizaje, que sientan que valen, que el docente cree en su capacidad y que trabajen con ella. Hay una sola manera: hacer sentir y vivir al  alumno que creemos en él como actor decisivo de su propio proceso de aprendizaje y lo acompañamos durante su desarrollo.

En síntesis,  lo valioso de ser enseñado son aquellos contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales que resulten significativos para el alumno en lo cognitivo (porque posee conocimientos previos sobre el tema y estructuras y procedimientos intelectuales para apropiarse de los nuevos aprendizajes) y en lo personal (porque convocan su auténtica participación, su intensa acción intelectual, afectiva y valorativa – y corporal cuando corresponda – reforzando su autoestima, su autonomía y su solidaridad). Que transmiten valores en un clima áulico e institucional que los ejercita durante un proceso en el que el alumno se informa, reflexiona, dialoga, discute, escucha, lee, escribe, inventa, repite, duda, se apasiona, se enoja, goza, se aburre, sufre, observa, investiga, descubre, trabajando con todos sus compañeros, en pequeños grupos o individualmente, potenciando sus posibilidades y luchando con sus dificultades. Orientado por un docente, por un equipo docente en realidad, que planifica y diseña la enseñanza, informa; coordina la temática, la tarea y la dinámica del grupo y de cada alumno; observa, escucha, dialoga, supervisa, orienta, corrige, duda, se apasiona, se enoja, goza, se aburre, sufre, evalúa potenciando sus posibilidades y luchando con sus dificultades (no es una mera repetición por descuido o por error de estilo) en una institución que planifica, reflexiona, se abre, se evalúa, se relaciona con otras instituciones, potenciando sus posibilidades y luchando con sus  dificultades. Insisto: no es esto una mera repetición por descuido o por error de estilo sino la única forma de que  tanto esfuerzo  VALGA para cada alumno, para cada docente, para la propia institución y para la comunidad.

                                                                                               

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